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martes, 18 de marzo de 2014

El contacto


Me eché a la calle con decisión. Mientras recorría el Viaducto, sentía que había estado perdiendo el tiempo miserablemente, buscando la forma de hacer llegar a los demás, a quien quiera que pudieran interesarle, las ideas que llevaban años rondando por mi cabeza.
Al terminar el Viaducto doble hacia Mayor y, con paso firme me encaminé hacia Sol (por cierto, cómo se hace notar la cuesta arriba hasta la Puerta de Guadalajara, cuando se anda a buen paso) había comentado algunas de tales ideas a amigos y familiares, que sonreían...y callaban. Había mandado algunas cartas a los periódicos, con magro resultado: el “director” a quien mandé mis cartas no debió apreciar en ellas interés para su publicación. Había tratado de incorporarme a algunas de esas cadenas de correos electrónicos en las que se abordan, de forma apasionada y tendenciosa, los temas de actualidad política...pero me daba cierto reparo.
Al atravesar Sol no tuve más remedio que elevar el volumen de mis pensamientos para superar el ruido del gentío: creo que, aunque aún no es mi costumbre, llegué a hablar en voz alta para poder oírme. Pero lo importante es que había dado con la forma de desahogarme, creía haber encontrado los interlocutores idóneos a mis cuitas: ellos no podían negarse y además había antecedentes que me animaban a intentarlo.
Casi vociferando entré en la Carrera de San Jerónimo, el ruido disminuyó y pase al “modo silencio” justo cuando mi ansiedad se iba equilibrando con mi esperanza. Al terminar el tramo llano y vislumbrar al fondo a Los Jerónimos la esperanza empezaba a superar la ansiedad: allí estaban mis futuros y deseados interlocutores: Benavides y Malospelos.
Realmente mi mayor esperanza estaba puesta en Malospelos, al que creía, a priori, más accesible, más llano, más del pueblo. Por ello pasé delante de Benavides con un sencillo saludo, si no frío, sí estrictamente cortés. No me contestó, o al menos yo no oí nada. Alcancé a Malospelos y me planté en frente suyo. El sol de la tarde me daba en la espalda y podía verlo, bien iluminado, mirando hacia El Prado, con toda su fiereza y aparente desdén.
- Buenas tardes, Malospelos.
Silencio ominoso.
- Realmente no se cómo debo dirigirme a... ¿ustedes? Mi natural es tratarles de usted, pero siendo mi intención mantener una larga y fluida relación, rayana en la amistad, se me hace un poco raro que no nos tuteemos.
Esta vez me pareció oír algo así como un ronroneo, más propio de gato que de león, pero con el ruido del tráfico no pude discernir si me había contestado o no.
- Por otra parte, es evidente que no les puedo llamar “señor”, dada su naturaleza, y lo de “señor león” o “majestad” me parece inapropiado.
Ahora el ruido fue evidente, aunque absolutamente indescifrable para mí. No obstante, me dio ánimo para seguir hablando, con la esperanza de obtener contestación.
Malospelos
- En cualquier caso, debo empezar presentándome: Me llamo Rafael, madrileño nacido en el 41, lo que supone que ya he vivido un buen número de experiencias políticas, salvo la república. Viví 34 años como súbdito de un régimen autoritario y, de la noche a la mañana, un día me desperté como ciudadano de una monarquía parlamentaria. Ahora, dado que la esperanza de vida del españolito medio me brinda 11 años por delante, no me extrañaría nada levantarme un día republicano, o la menos, tan republicano, como monárquico soy, o como franquista fui.
Soy, por supuesto, un demócrata convencido y aprecio en el sistema las mismas excelencias que apreciaba Churchill, cuando afirmaba aquello de que: la democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los restantes, pero tengo numerosas quejas, me asaltan inquietantes dudas, la cabeza se me llena de “bulle bulles”, siento la necesidad de compartir todo ello con los demás...y no encuentro cómo, ni donde: los periódicos publican lo que quieren, según su línea editorial; las tertulias, son corrales de profesionales en las que el resto no cuenta; los blogs, ya veremos...
De pronto di en pensar que a vosotros debía pasaros algo similar: en los casi 140 años que lleváis ahí colocados, habéis visto y oído de todo, sin poder -¿o sin querer?- participar; deberíais estar un poco de vuelta de todo, un poco hartos...y me dije: ¿por qué no contarles mis cuitas a ellos?, ¿quién mejor que ellos puede entenderme?, ¿qué pierdo con intentarlo?
Además tenía constancia de que ya habíais hablado con otros. Benavides lo hizo con Clarín, a finales del XIX[1], y los dos habéis estado hablando recientemente con Gonzalo de la Sen Rubiños[2], así que aquí estoy, contándoos mi vida, dirigiéndome a una estatua, esperando que me tomen por un hablador de móvil y no por loco... Vosotros tenéis que oírme y hablarme: sois el pueblo, sois el parlamento, sois...
- ¡Para ya. No insistas en tus argumentos! –ahora la voz me llegaba clara, voz de..., voz de león de bronce, pero me llegaba desde dentro. Agradecí esta comunicación de tipo telepático, que me pondría al margen de los orates, ya fueran del móvil o, simplemente, orates-. Estoy, estamos, dispuestos a oírte y hablar contigo.
Contestamos a infinidad de ciudadanos, pero unos no nos reciben, otros, creen que alucinan al oírnos, y no se lo cuentan a nadie, la mayoría no vuelven...pero tu tienes pinta de oír y volver, lo que yo personalmente te agradezco, porque no sabes ¡qué aburrido es estar aquí parado, viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá, sin participar, ni compartir! A Benavides, que desde luego es más estirado y remilgoso que yo, le sucede otro tanto, aunque le cueste reconocerlo.

Benavides
- ¡Mmmmm!, o algo así, dijo Benavides, lo que interpreté como una aceptación de lo dicho por Malospelos, que añadió:

- En cuanto a lo del tratamiento, comprenderás que en las fechas que estamos y con los usos y costumbres que se estilan, no hay más remedio que aceptar el tuteo, aunque, eso sí, en cuanto apreciemos cualquier indicio de falta de respeto, ¡puedes darte por ignorado!

- Gracias, muchas gracias por vuestra acogida. Pensé que iba a tener que insistir más; estaba dispuesto a utilizar cualquier tipo de argumento para que hablarais conmigo, pero dada vuestra predisposición favorable a hacerlo, me siento liberado; ya tengo alguien a quien contar mis cuitas e inquietudes. Me vuelvo a casa lleno de esperanza.

Si no tenéis inconveniente, voy a poner un poco en orden mis ideas, y mañana mismo empiezo a contaros. Dedicaré cada día a un tema, para no mezclarlos, aunque en realidad siempre están relacionados.
- Cada día un tema -dijo Benavides-; me estás recordando lo de las mil y una noches: Entonces, Sherezade, vio aparecer la mañana y guardó silencio discretamente.... Espero que no tengas para mil y un días, porque me temo que no vas a ser tan ameno como ella. Nosotros no te vamos a cortar el cuello, pero te cortaremos el diálogo en cuanto nos aburras.
- Dale un margen -terció Malospelos-, vamos a darle una oportunidad. La verdad es que yo agradezco que haya pensado en nosotros. Además, ¿tienes algo mejor que hacer? Anda, vete a casa -me dijo-, y vuelve mañana... que aquí estaremos.



[1] “Cuentos morales”. Leopoldo Alas, “Clarín” 1896.
[2] “Benavides y Malospelos”. Jesús-Gonzalo de la Sen Rubiños: Asociación Amigos del Foro Cultural de Madrid. 24 enero 2011.

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