Etiquetas

martes, 18 de marzo de 2014

El contacto


Me eché a la calle con decisión. Mientras recorría el Viaducto, sentía que había estado perdiendo el tiempo miserablemente, buscando la forma de hacer llegar a los demás, a quien quiera que pudieran interesarle, las ideas que llevaban años rondando por mi cabeza.
Al terminar el Viaducto doble hacia Mayor y, con paso firme me encaminé hacia Sol (por cierto, cómo se hace notar la cuesta arriba hasta la Puerta de Guadalajara, cuando se anda a buen paso) había comentado algunas de tales ideas a amigos y familiares, que sonreían...y callaban. Había mandado algunas cartas a los periódicos, con magro resultado: el “director” a quien mandé mis cartas no debió apreciar en ellas interés para su publicación. Había tratado de incorporarme a algunas de esas cadenas de correos electrónicos en las que se abordan, de forma apasionada y tendenciosa, los temas de actualidad política...pero me daba cierto reparo.
Al atravesar Sol no tuve más remedio que elevar el volumen de mis pensamientos para superar el ruido del gentío: creo que, aunque aún no es mi costumbre, llegué a hablar en voz alta para poder oírme. Pero lo importante es que había dado con la forma de desahogarme, creía haber encontrado los interlocutores idóneos a mis cuitas: ellos no podían negarse y además había antecedentes que me animaban a intentarlo.
Casi vociferando entré en la Carrera de San Jerónimo, el ruido disminuyó y pase al “modo silencio” justo cuando mi ansiedad se iba equilibrando con mi esperanza. Al terminar el tramo llano y vislumbrar al fondo a Los Jerónimos la esperanza empezaba a superar la ansiedad: allí estaban mis futuros y deseados interlocutores: Benavides y Malospelos.
Realmente mi mayor esperanza estaba puesta en Malospelos, al que creía, a priori, más accesible, más llano, más del pueblo. Por ello pasé delante de Benavides con un sencillo saludo, si no frío, sí estrictamente cortés. No me contestó, o al menos yo no oí nada. Alcancé a Malospelos y me planté en frente suyo. El sol de la tarde me daba en la espalda y podía verlo, bien iluminado, mirando hacia El Prado, con toda su fiereza y aparente desdén.
- Buenas tardes, Malospelos.
Silencio ominoso.
- Realmente no se cómo debo dirigirme a... ¿ustedes? Mi natural es tratarles de usted, pero siendo mi intención mantener una larga y fluida relación, rayana en la amistad, se me hace un poco raro que no nos tuteemos.
Esta vez me pareció oír algo así como un ronroneo, más propio de gato que de león, pero con el ruido del tráfico no pude discernir si me había contestado o no.
- Por otra parte, es evidente que no les puedo llamar “señor”, dada su naturaleza, y lo de “señor león” o “majestad” me parece inapropiado.
Ahora el ruido fue evidente, aunque absolutamente indescifrable para mí. No obstante, me dio ánimo para seguir hablando, con la esperanza de obtener contestación.
Malospelos
- En cualquier caso, debo empezar presentándome: Me llamo Rafael, madrileño nacido en el 41, lo que supone que ya he vivido un buen número de experiencias políticas, salvo la república. Viví 34 años como súbdito de un régimen autoritario y, de la noche a la mañana, un día me desperté como ciudadano de una monarquía parlamentaria. Ahora, dado que la esperanza de vida del españolito medio me brinda 11 años por delante, no me extrañaría nada levantarme un día republicano, o la menos, tan republicano, como monárquico soy, o como franquista fui.
Soy, por supuesto, un demócrata convencido y aprecio en el sistema las mismas excelencias que apreciaba Churchill, cuando afirmaba aquello de que: la democracia es el peor de todos los sistemas políticos, con excepción de todos los restantes, pero tengo numerosas quejas, me asaltan inquietantes dudas, la cabeza se me llena de “bulle bulles”, siento la necesidad de compartir todo ello con los demás...y no encuentro cómo, ni donde: los periódicos publican lo que quieren, según su línea editorial; las tertulias, son corrales de profesionales en las que el resto no cuenta; los blogs, ya veremos...
De pronto di en pensar que a vosotros debía pasaros algo similar: en los casi 140 años que lleváis ahí colocados, habéis visto y oído de todo, sin poder -¿o sin querer?- participar; deberíais estar un poco de vuelta de todo, un poco hartos...y me dije: ¿por qué no contarles mis cuitas a ellos?, ¿quién mejor que ellos puede entenderme?, ¿qué pierdo con intentarlo?
Además tenía constancia de que ya habíais hablado con otros. Benavides lo hizo con Clarín, a finales del XIX[1], y los dos habéis estado hablando recientemente con Gonzalo de la Sen Rubiños[2], así que aquí estoy, contándoos mi vida, dirigiéndome a una estatua, esperando que me tomen por un hablador de móvil y no por loco... Vosotros tenéis que oírme y hablarme: sois el pueblo, sois el parlamento, sois...
- ¡Para ya. No insistas en tus argumentos! –ahora la voz me llegaba clara, voz de..., voz de león de bronce, pero me llegaba desde dentro. Agradecí esta comunicación de tipo telepático, que me pondría al margen de los orates, ya fueran del móvil o, simplemente, orates-. Estoy, estamos, dispuestos a oírte y hablar contigo.
Contestamos a infinidad de ciudadanos, pero unos no nos reciben, otros, creen que alucinan al oírnos, y no se lo cuentan a nadie, la mayoría no vuelven...pero tu tienes pinta de oír y volver, lo que yo personalmente te agradezco, porque no sabes ¡qué aburrido es estar aquí parado, viendo pasar el tiempo, como la Puerta de Alcalá, sin participar, ni compartir! A Benavides, que desde luego es más estirado y remilgoso que yo, le sucede otro tanto, aunque le cueste reconocerlo.

Benavides
- ¡Mmmmm!, o algo así, dijo Benavides, lo que interpreté como una aceptación de lo dicho por Malospelos, que añadió:

- En cuanto a lo del tratamiento, comprenderás que en las fechas que estamos y con los usos y costumbres que se estilan, no hay más remedio que aceptar el tuteo, aunque, eso sí, en cuanto apreciemos cualquier indicio de falta de respeto, ¡puedes darte por ignorado!

- Gracias, muchas gracias por vuestra acogida. Pensé que iba a tener que insistir más; estaba dispuesto a utilizar cualquier tipo de argumento para que hablarais conmigo, pero dada vuestra predisposición favorable a hacerlo, me siento liberado; ya tengo alguien a quien contar mis cuitas e inquietudes. Me vuelvo a casa lleno de esperanza.

Si no tenéis inconveniente, voy a poner un poco en orden mis ideas, y mañana mismo empiezo a contaros. Dedicaré cada día a un tema, para no mezclarlos, aunque en realidad siempre están relacionados.
- Cada día un tema -dijo Benavides-; me estás recordando lo de las mil y una noches: Entonces, Sherezade, vio aparecer la mañana y guardó silencio discretamente.... Espero que no tengas para mil y un días, porque me temo que no vas a ser tan ameno como ella. Nosotros no te vamos a cortar el cuello, pero te cortaremos el diálogo en cuanto nos aburras.
- Dale un margen -terció Malospelos-, vamos a darle una oportunidad. La verdad es que yo agradezco que haya pensado en nosotros. Además, ¿tienes algo mejor que hacer? Anda, vete a casa -me dijo-, y vuelve mañana... que aquí estaremos.



[1] “Cuentos morales”. Leopoldo Alas, “Clarín” 1896.
[2] “Benavides y Malospelos”. Jesús-Gonzalo de la Sen Rubiños: Asociación Amigos del Foro Cultural de Madrid. 24 enero 2011.

La enmienda Tierno (Jornada I)



Volví a casa con una mezcla de satisfacción, por el primer objetivo conseguido, de agradecimiento, por la acogida recibida y de inquietud, por el reto que suponía mantener la atención de mis interlocutores. En cierta forma lo de Sherezade me había impactado más de lo que Benavides pudiera pensar. Así que pasé la primera parte de la noche revisando y ordenando los temas pendientes, para elegir el primero a exponer: tenía el convencimiento de que si acertaba en su elección, nuestro diálogo se podría mantener y que, incluso, me admitirían, más adelante, algún posible fallo.
Cuando por fin creí haber encontrado el tema, el cansancio acumulado por la tensión del día anterior hizo mella en mí, y dormí a pierna suelta hasta bien entrada la mañana.
Hechas mis abluciones reglamentarias y engullido con prisas el desayuno, como siempre de pié, como si estuviera en la barra de un bar, emprendí camino hacia la Carrera de San Jerónimo, sin que en esta ocasión interfirieran en mí ni el tráfico, ni los viandantes, ya fueran nacionales o guiris, muy abundantes en esas horas que preceden a su tempranísimo almuerzo –eso que llamamos “hora europea”, como si los españolitos perdiéramos nuestra condición europea por comer a las tres de la tarde-.
En cuanto me asomé a la cuesta, y aun sin conocer cuál era la extensión de la “wifi de los leones”, me puse en contacto con ellos.
- Buenos días, Benavides, dije según pasaba por delante-
- Buenos días -contestó secamente, sin volver la cabeza- (¡qué tontería!)
- Buenos días, Malospelos, aquí estoy dispuesto a empezar.
- Buenos días, te esperábamos ansiosos. Nos has tenido toda la noche sin dormir –dijo con una sorna que se me antojó impropia de un animal tan majestuoso. Tal vez, pensé, el personaje se ha ido adueñando de él y lo que le quede de león esté muy en el fondo de su cabeza y corazón. En cualquier caso era un alivio comprobar que me iba a poder entender, al menos, con él. – A ver, venga, empieza por donde quieras.
- Pues, aunque me consta que todos los temas que os pienso contar están muy interrelacionados, que son como cerezas, que tiras de una y sale un racimo, hay que empezar por algo concreto y para ello he elegido algo que me parece crucial y que podría identificar como la falta de respeto entre los políticos y los ciudadanos.
- ¡Bravo comienzo! ¡Me place! -dijo Benavides-.
- El enunciado está bien, pero dependerá de lo que haya dentro, -dijo Malospelos-, supongo que será por la corrupción, los sueldos intocables de los parlamentarios, sus prebendas y todo eso.
- ¡No, no! Entiendo que algunas de esas peplas tienen más que ver con el código civil que con otra cosa. No, yo me refiero a lo que entiendo debe ser una relación recta entre los ciudadanos y lo que se llama pomposamente sus “representantes”, ya sea en el Parlamento nacional, en los autonómicos o en los ayuntamientos; me refiero a la falta de respeto político.
Es evidente que lo del respeto es una calle de doble dirección, pero echando la vista atrás, y me refiero a las primeras elecciones del 77, a los Pactos de La Moncloa, en las que el pueblo le dio un elevado margen de confianza y respeto a aquellos políticos, al margen de la opción personal de cada uno. Se respetaba al rival. Por ello, no tengo más remedio que pensar que quienes primero fallaron, quienes faltaron al respeto inicialmente fueron ellos, los políticos.
Empezaron por faltarse el respeto entre ellos –aquello de “tahúr del Mississippi”, ha pasado a al negra historia de nuestra política-, y luego lo extendieron a la ciudadanía, sobre todo por el incumplimiento de las promesas electorales.
- ¡Ya te veo venir! –dijo, Malospelos-, ahora le vas a echar la culpa a nuestro “viejo profesor”.
- No, yo no creo que él sea el culpable: cuando dijo aquello de que los programas están para incumplirlos lo único que hizo, además de un ejercicio de cinismo muy propio de él, fue informar a la sociedad de lo que estaban y están haciendo los partidos: tomarse a beneficio de inventario lo que nos dicen y prometen. La gran novedad de los tiempos actuales es que se han acortado los plazos del incumplimiento: ahora, entre la promesa y su incumplimiento pueden no mediar más que unas pocas horas.
Pienso que lo que hizo Tierno fue traducirnos el incomprensible, absurdo y contradictorio Artículo 67.2 de la Constitución...
- Los miembros de las Cortes Generales no estarán ligados por mandato imperativo –medió Benavides, con el soniquete del repelente niño Vicente, dando la lección en clase.
- Sí, ese. Creo que es el origen de buena parte de los males parlamentarios y de la falta de respeto que antes os comentaba. ¿Cómo es posible que un diputado o un senador, que ha accedido a su escaño dentro de una lista cerrada, pueda no estar obligado a cumplir lo que diga el partido? ¿Cómo puede considerar que el escaño es “suyo” y llevárselo al Grupo Mixto o practicar el transfuguismo? Si un diputado tiene problemas para seguir las instrucciones del partido, lo único que debe hacer es entregar su acta...y que corra la lista.
Otra cosa sería que nos sometieran listas abiertas o que, al menos, pudiéramos “borrar” de las listas cerradas a quienes creyésemos oportuno...pero si las listas son cerradas, ¡quien determina lo que se debe hacer y votar, no es otro que el partido, de acuerdo con el programa!
- Entonces, ¿tu qué prefieres: listas abiertas o cerradas? –inquirió,  Malospelos-
- No es sencilla la elección –contesté-, veréis: yo sería partidario de las listas abiertas para la elección de los concejales. En este caso, cada candidato puede y debe ofrecernos su visión sobre los problemas cercanos del distrito en el que vivimos y me gustaría conocer sus antecedentes y sensibilidad, ya fuera como integrante de un partido o como independiente. Sin embargo, para la Comunidad Autónoma o para el Parlamento Nacional, prefiero que un grupo de políticos elaboren un programa detallado y me lo “vendan”, junto a su ofrecimiento de llevarlo a cabo tan puntual y exactamente como les sea posible. Es decir, que en lo más cercano sea el individuo el que establezca el compromiso y que, en el resto, sea el grupo. ¿No os parece?
- Bueno...-masculló, más que dijo, Malospelos-, pero esto, aparte de  complicarnos algo la vida, deja sin resolver eso del incumplimiento que tanto te preocupa.
- Si, ya se que todo es complejo y que no existe una fórmula mágica para resolver problemas que están enraizados en el sistema y en la sociedad –dije-... pero es que en mayo del 68 yo tenía 26 años y se me quedó aquello de: se realista, pide lo imposible.
Pero veréis, no hay que irse tan lejos en el tiempo, ni fuera de España para saber de qué estoy hablando. Estoy hablando de las primeras elecciones – mis primeras elecciones, claro-, las del 77: ¿os acordáis cómo nos tragábamos los mítines y los programas de los distintos candidatos?  ¿recordáis cómo se debatía todo? No eran sólo los mítines de la UCD, del PSOE o del PC, sino también los de Ruiz Jiménez y su Democracia Cristiana, los de Tierno y su PSP o aquellos otros tan curiosos como los de Maysounave, y su Partido Proverista –“un partido por la Agrupación Electoral Independiente del Campo y la Ciudad  (AEICYU)
En aquel momento – sin duda, histórico- cada partido o grupo se esforzó en averiguar qué podría querer ese ciudadano que no tenía comprometido el voto de antemano, esa mayoría, que es capaz de cambiar su voto y decidir los resultados. Perdonad si os cuento una anécdota: Fraga había hecho una presentación del programa de AP en un ámbito empresarial; en el coloquio posterior, uno de los presentes, experto en propiedad industrial, le hizo una larga “pregunta-respuesta” sobre el tema, terminando con aquello de: ¿qué va a hacer Vd., cuando tenga que legislar sobre esto?, a lo que Fraga contestó sin ambages: Realmente no tengo mucha información al respecto, pero ya se lo que tengo que hacer: ¡le preguntaré a Vd., que parece sabérselo todo!
¿Qué fue pasando después, para que a los partidos les importe un bledo lo que piensa y desea el ciudadano, más allá de aprovechar cualquier hecho coyuntural que permita que el gobierno en funciones pierda las elecciones? A propósito, estaréis de acuerdo conmigo en que, salvo las dos primeras legislaturas, nunca un partido ha ganado las elecciones, lo que ha ocurrido es que el partido que gobernaba ¡las ha perdido!
-Me temo que tienes razón –masculló, Benavides-...la autodestrucción de UCD, con la huída de los varones, en los 80; la corrupción generalizada del PSOE, a mediados de los 90; el pacto de las Azores, en el 2004; y Zapatero, no sólo "ha elegido" a Rajoy, sino que ha provocado una excisión en el PSOE, que ya veremos en qué acaba. Si, en efecto, parece que exista una cierta contraselección: esto no es un gana-pierde, sino un pierde-gana.
- Claro, esa es mi visión del tema –continué-, el ciudadano que puede cambiar su voto, porque no lo tiene condicionado históricamente, no lo cambia por la ilusión que le ha infundido el programa de la oposición, sino por el hastío que le ha producido la gestión del gobierno saliente. Lo de la ilusión queda limitado a esos partidos nuevos, que nacen con una idea diferenciada –como por ejemplo es el caso actual de la UPyD, de Rosa Díez-, a los que la sociedad sólo les concede un lugar testimonial.
Pero vuelvo a mi tema –como cada loco-, me parece absolutamente necesario un cambio profundo en la letra y en el espíritu de la Constitución y de la Ley Electoral, para que los partidos asuman que los programas con los que se presentan a unas elecciones son auténticos “contratos” que les comprometen con todos los ciudadanos; con los que les voten y con quienes no lo hagan.
Hay que consagrar el mandato imperativo, a no ser –como ya he dicho- que optemos por las listas abiertas, lo que me recuerda al famoso Gundisalvo, de Mingote, que se presentaba a las elecciones franquistas por el tercio familiar, con aquel maravilloso lema: Vote a Gundisalvo; a Vd. qué más le da. Por cierto, con frecuencia esto mismo es lo que interpreto de cuanto dicen y hacen los partidos mayoritarios
- No sabes cómo nos alegró la vida Gundisalvo –medió Malospelos-; se hinchó a recibir votos, no sólo en las elecciones a las cortes franquistas, sino también en las del 77. Pero entiendo que ya has expuesto tus razones básicas de forma suficiente y, creo que debes pasar a lo que tengas que proponer.
- Tienes razón- dije-, a ver si soy capaz de hacerlo de forma sencilla y ordenada.
La pieza clave del sistema no es otra que la elaboración rigurosa del programa electoral, y aquí no tengo mas remedio que acordarme de Julio Anguita y su conocido: Programa, programa, programa... ¿Qué a qué le llamo una elaboración rigurosa del programa?, pues veréis:
·         En primer lugar, debería ser abordada por el partido, recogiendo la opinión de la militancia, los simpatizantes y cuantos ciudadanos quieran participar.
·         En segundo lugar, debería ser una tarea continua, no esa que se realiza cada vez de forma más apresurada y coyuntural cada cuatro años. Mirad, en las empresas dignas de ese nombre –no, los negocietes, más o menos especulativos-, la planificación, en la que se revisan objetivos y estrategias, es una tarea abierta, que se revisa cada año en lo fundamental y de forma integral, cada cuatro o cinco años, según el sector.
·        En tercer lugar, debería estar estructurada de acuerdo con un índice que abarcara el conjunto de la sociedad. Esto es más o menos lo que se hace habitualmente, pero merecería que se le diera una vuelta de rosca. Es evidente que hay temas estructurales – economía, educación, sanidad, defensa, energía, relaciones internacionales, etc.- y otros coyunturales, que surgen y desaparecen de forma aleatoria, pero sobre los que los ciudadanos necesitamos saber cuál es la posición de cada partido.
·         En cuarto lugar, como ya he dicho, no pasaría nada porque los partidos estuvieran pulsando en continuo la opinión popular, por ejemplo utilizando los potentes medios informáticos disponibles. Sí, ya se que esto no llega a toda la población, pero no me negaréis que con ello podrían ir formando opinión, para plasmarla en el programa, que sería comunicado a toda la población, en su momento, por lo medios habituales –correo, prensa, televisión, etc-.
·         En quinto lugar, y esto es lo realmente importante y diferenciador con respecto a la práctica actual, los partidos –y los votantes-, deben ser conscientes de que aquello que terminen recogiendo, sobre cada tema, en su Programa Electoral –con mayúsculas- son cláusulas de su contrato con la sociedad, que les obliga, individual y colectivamente, durante la próxima legislatura, salvo causas de fuerza mayor, que todo el mundo pueda entender sin necesidad de explicarlo, en general debido a cambios drásticos de la realidad propia o del entorno.
- Bueno –dijo Malospelos-, ya has hecho trabajar a los partidos; cada uno tiene su programa trabajado y compartido con los ciudadanos y estos han elegido lo que más les ha gustado... ¿y ahora qué? ¿cómo sigue la historieta? ¿cuáles son los cambios?
- Pues muy sencillo –contesté-, la historieta continúa siendo consecuentes con el marco creado: los partidos, a cumplir su contrato y los ciudadanos, a exigirlo. La primera consecuencia, es que se han acabado las negociaciones, los pactos, la compra-venta de votos y demás chalaneos que acompañan indefectiblemente las actuales elecciones. En este nuevo marco, ni son necesarios, ni tendrían sentido los llamados “pactos parlamentarios” para obtener una mayoría “cómoda”.
Los pactos entre partidos sólo podrían cerrarse antes de las elecciones: aquellos partidos que, conociendo los programas del resto, encontraran amplias coincidencias con otros, podrían y deberían proponer la correspondiente coalición, tras un Programa Común, que se ofrecería al electorado; pero los pactos tras las elecciones serían un grave incumplimiento del contrato establecido y, por ello, inadmisibles para el votante.
En el nuevo marco, el partido que haya conseguido la mayoría simple de escaños –ya sea en el Parlamento, la comunidad autónoma o el ayuntamiento- pasa a ser, directamente, el encargado de formar gobierno, sin más trámite que charlar una rato con el Jefe del Estado (de momento el Rey) como también deberían hacerlo el resto de cabezas de lista, charlas en las que el Jefe del Estado sólo debe recodarles las reglas de juego y el compromiso de cada uno con la sociedad, no sólo con los votantes propios.
Constituida la cámara correspondiente, con la parafernalia que el rito exija, que sigue siendo importante, el partido mayoritario forma su gobierno –que tal vez debería estar configurado en el Programa-, y se pone a la tarea de gobernar y proponer medidas en el parlamento.
Y es aquí donde viene lo mejor, ante cada propuesta que formule el gobierno, el resto de los partidos no tiene más que revisar lo que consta al respecto en su programa-contrato y obrar en consecuencia: si lo que consta en su propio programa coincide con la propuesta, se vota a favor; si es contrario a la propuesta, se vota en contra; si no se había pronunciado al respecto y no hay nada en el ideario de lo que se pueda deducir, inequívocamente, la postura a tomar, se abstiene. ¡Y todo ello, sin mirar el color de quien propone, ni el de quien vota! ¡Sólo porque es lo que dice el programa-contrato!
- ¡Toma castaña! –exclamó Benavides, saliéndole una veta castiza que no le presuponía- ¡Te habrás quedado tan ancho con la propuesta! ¡Como sean todas de esta guisa, nos lo vamos a pasar bomba!
- El tema tiene sus atractivos- dijo Malospelos, indudablemente interesado- entiendo que esto también permitiría que pudieran aprobarse iniciativas de otros grupos distintos del que esté en el gobierno.
- Elemental, querido Malospelos –yo me había venido arriba con la acogida-. Es evidente que cualquier partido, conociendo los compromisos que los otros grupos hayan plasmado en sus programas, puede identificar cuáles de sus propuestas van a alcanzar una mayoría suficiente, e incluirlas en la dinámica parlamentaria. El gobierno de turno no tendrá más remedio que ponerla en marcha, porque la propuesta estará respaldada por una mayoría suficiente de la población a la que sirve.
- Bien –terció Benavides-, por seguirte el juego: si los programas limitan los márgenes de maniobra y los diputados están obligados por el mandato imperativo...bastaría con que trabajase la junta de portavoces...
- Bueno, en puridad, sí. Pero lo cierto es que todos los parlamentarios tendrían trabajo para dar y tomar, si se han repartido las tareas internamente... como en parte hacen actualmente, pero de forma más “profesional”, sin tener que dedicar la mayor parte de su tiempo y esfuerzo a negociar con otros grupos su voto favorable a cada una de las propuestas, a cambio de no se sabe qué contraprestaciones (lo de los grupos autonómicos, ha sido sangrante).
Además, es lógico pensar que no todo lo que se debata y proponga en una cámara habrá estado previsto y definido nítidamente en el Programa-contrato. Necesariamente cada grupo deberá pronunciarse sobre temas no explícitos en su Programa, para lo que deberá recurrir a su ideario básico, que encabezará lógicamente el Programa, para encontrar una respuesta sólida y coherente ante lo nuevo.
- Ahí está la cuestión –dijo Malospelos- a los partidos les bastará con proponer unos programas ambiguos, que no les ate las manos y les permita la negociación y lo que has llamado el chalaneo.
- Claro, ese es el peligro –dije-, pero ante esa eventualidad, el ciudadano, el votante, tiene una opción: no darle su confianza, no votarle.
- ¿Y entonces? –preguntó perplejo Benavides- ¿Nos quedamos sin parlamento?.
- Eso lo abordaré otro día. ¿Qué os parece mañana? – y al decirlo me acordaba de Sherezade-.
- Está bien, aquí estaremos dispuestos a oír tu segunda entrega- dijo Benavides-. De momento, la primera ha tenido tela y ha hecho tambalearse buena parte de los usos y costumbres actuales, empezando por darle un buen tajo a la Constitución.
- Bueno, habría que cambiar más el espíritu que la letra, pero sin duda lo primero sería abolir ese malhadado artículo 67.2, introduciendo una enmienda constitucional que, desde luego tendría un nombre: La enmienda Tierno.
Hasta mañana, señores.

jueves, 13 de marzo de 2014

El voto en blanco (Jornada II)

Dormí a pierna suelta, gracias a la sensación de alivio que me había dejado la primera jornada de mi conversación con Malospelos y Benavides. Por fin le había endosado mis cuitas a alguien, que sabía escuchar con atención y paciencia. Estaba convencido que les había interesado mis propuestas, así que retomé el camino con ánimos renovados; la temperatura había bajado ligeramente y el paseo resultaba, aún, más placentero; la gente con la que me cruzaba, me parecían más amigables; creo que iba sonriendo, y mis sonrisas unas veces eran correspondidas y otras producían una cierta sorpresa, por lo poco habitual.

- Buenos días, Benavides –saludé, parándome- Buenos días, Malospelos – repetí desde la distancia-. Ayer me preguntabas si mi propuesta nos iba a dejar sin parlamento y aplacé mi respuesta hasta hoy. Si os parece, para hacerlo os voy a contar un cuento.
- ¡Arrea! –exclamó Benavides, dirigiéndose a Malospelos- Este pretende hacer como Cervantes, que intercalaba cuentos en la narración de El Quijote.
- Por favor –medié-, no es mi intención emular a Don Miguel, lo que ocurre es que para dar forma a mi segunda propuesta hace un par de años escribí un cuento, que mandé a la prensa sin ningún éxito, y me parece bastante tonto no aprovecharlo en esta ocasión. Creo que os puede gustar.
- Que me place –dijo Benavides-, con tal de que no empiece citando un lugar de La Mancha...
- No, el lugar no es otro que este Parlamento. Aquí va:
-I-
Pese al lumbago que le acosaba dolorosamente, Eduardo Soto estaba allí, en el Congreso, no tanto por cumplir su deber, ni por atención a los votantes, que en ese momento le importaban un bledo, sino porque la secretaría del grupo parlamentario le había obligado. Las cosas no estaban como para ponerse tieso con la máquina del partido.
Casi un tercio del hemiciclo estaba vacío, aunque todos los diputados estuvieran presentes incluso aquellos que, como él, tenían excusa mas que razonable para haberse quedado en casa. Le indignaba que los blancos que "ocuparan” un tercio del hemiciclo, brillando por su ausencia.
Incapaz de seguir la monótona oratoria del Ministro de Hacienda, Eduardo, inflado a antiinflamantorios dejó que su somnoliento pensamiento fluyera tratando de recordar cómo se había llegado a la extravagante situación actual; recordaba que la fuerte abstención registrada en las penúltimas generales, fue interpretada como una muestra de la incapacidad de los dos partidos mayoritarios para captar el voto moderado y cambiante del centro, que con anterioridad había optado por un voto útil “contra” uno de los dos partidos mayoritarios.
El manipulador Diego Méndez, desde la cómoda e irresponsable tribuna de su periódico, lanzó el reto de dar representación al voto en blanco, y los ingenuos líderes de los partidos ¡lo aceptaron, creyendo de consuno que no cuajaría!
 La propuesta de Méndez era que los blancos, como empezó de inmediato a conocérseles, pudieran conseguir “representación” parlamentaria como cualquier otro grupo, aunque eso sí, a través de escaños vacíos, que nos permitieran visualizar que muchos ciudadanos no se sentían representados por nuestra oferta.
La máquina se puso en marcha, y al final resultó una forma sencilla, y muy barata, de crear un tercer “partido” de ámbito nacional que, gracias a la ley D’Hont, echaría del Parlamento a los pequeños partidos nacionalistas que tanto e inmerecido protagonismo habían adquirido durante las anteriores legislaturas.
 Hubo de todo; desde los que vaticinaron el fin de la democracia, por cierto varios de ellos no estaban entre sus más acérrimos defensores y practicantes; hasta los que consideraban que España iba a dar un ejemplo al mundo de lo que era la auténtica esencia de la representación popular ya que así, muchos ciudadanos podían exigir a los políticos que les oyeran antes de realizar sus ofertas electorales y no tener que elegir entre el voto útil, o la abstención pasota.
La mayoría se movía entre la catástrofe y la arcadia, pero en general se fue produciendo un incremento de la curiosidad y el interés, no exento de altibajos de acuerdo con el resto de acontecimientos que captaban la atención popular. Pero lo más importante fue que los partidos empezaron a verle las orejas al lobo y tuvimos que ponernos a trabajar como no lo hacíamos desde las elecciones del 79 y del 82, en las que los programas se prepararon pensando en atraer el voto, y se discutieron públicamente, con gran participación ciudadana. Lo cierto es que a partir de ahí, y de forma creciente, los partidos nos habíamos ido refugiando tras la sigla y el líder, esperando que el elector nos fuera fiel o, al menos, rechazara el voto al rival.
Lo más sorprendente, lo que nos debería hacer reflexionar, es que sin necesidad de pegar carteles, sin montar mítines, sin asistir a debates cara a cara, sin una campaña mediática en toda regla, fue suficiente el boca a boca, la curiosidad de los votantes y el rechazo a lo establecido, que por otra parte tampoco suponía la desestabilización del sistema, para que los blancos consiguieran, en su primera “comparecencia electoral”, cerca de diez millones de votos, que habían supuesto la friolera de cien escaños, y el vaciado de casi un tercio del hemiciclo.
Qué extraña noche electoral pasamos todos. Los blancos, sin necesidad de apoderados, ni interventores, iban sumando votos y votos. Resultaba asombroso cómo la gente se había molestado en ir a votar para depositar una papeleta en blanco, sólo como reacción contra nosotros. Las cifras se fueron concretando, y los blancos superaron las previsiones de los sondeos preelectorales alcanzando la redonda cifra de cien diputados, con resultados puntuales bien curiosos, como eran los casos de Ceuta y Melilla, que se habían quedado sin representación parlamentaria.
Como era previsible, los blancos ganaron en circunscripciones “autonomistas” como las tres provincias vascas, más Gerona y Lérida, pero también en provincias de la España de más rancio abolengo como Albacete, Ávila, Cuenca o Soria y en la insular Tenerife.
Por otra parte, tal como se había previsto, la Ley D’Hont convirtió en extraparlamentarios a ERC, Nafarroa-Bai, el BNG, Iniciativa per Catalunya, al partido de Rosa Díez, y hasta a la mismísima Izquierda Unida, lo que a muchos nos hizo recordar las viejas tiras de Peridis con Carrillo asomando por la alcantarilla.
- ¡Alto ahí! –exclamó Malospelos- ¿De dónde ha sacado tu cabecita loca esos datos?
- Si, quizás sea necesario aclarar esto. Para cuantificar el escenario que estaba creando, partí de los resultados de las elecciones de 2008, y consideré la abstención como voto en blanco. Soy muy consciente de que existe una abstención técnica inevitable, y que la abstención de las provincias autonomistas tiene otras motivaciones, pero he recurrido a este artificio para compensar la mas que posible fuga de votos hacia el blanco. “Las que entran por las que salen...” En cualquier caso esto no es más que una historieta de política-ficción.
Con vuestro permiso, sigo.
-Sigue, sigue –dijo Benavides-.
Los acontecimientos posteriores se desarrollaron de forma normal salvo en lo que las inevitables anécdotas se refiere. El Rey, en su recepción al candidato, no pudo reprimir su humor borbónico, diciéndole:
-Este año mabéis (contracción real, por “me habéis”) ahorrado mucho trabajo, dejándome la consulta reducida a seis grupos...
Por su parte, el presidente del Congreso también hizo uso de su gracejo castizo, cuando a micrófono semicerrado le dijo al vicepresidente: “...y ahora, cuando termine el de CIU, ¿qué hago? ¿Doy media hora de descanso? 

Algo sacó de su espeso sueño a Eduardo. Tal vez algún ruido producido por Carmela, su esposa, de profesión publicista. Cuando Eduardo, aún sudoroso le contó el sueño  se lo pasó en grande. Ella lo veía muy clarito:
 -Mira, Eduardo, cuando una mujer, que no sea tonta, va de tiendas, entra y sale, mira, pregunta y compara, cuantas veces considere oportuno, y si no ve algo que le convenga... ¡se vuelve a casa sin nada! Y el problema es que vosotros, y vuestros rivales, habéis dejado de convenir a los ciudadanos desde hace lustros..., y como decía mi madre: “lo que no conviene, se deja”.
Este país, que acogió en el 77 una monarquía constituyente, como podría haber acogido la tercera república o la china imperial, era y es mayoritariamente de centro, porque así lo dejó el franquismo y porque nadie ha hecho nada para educar de forma atractiva en la democracia. Lo único que habéis hecho, unos y otros ha sido luchar por el poder cada cuatro años..., y alguna otra cosilla a la que no quiero referirme.
-Pero Carmela...
-No interrumpas, sabes que tengo razón. Desde la desaparición formal del centro, sus votantes han estado oscilando entre los dos partidos, en función de quien lo hacía peor. En el 82 se fueron con Felipe, porque al otro lado estaban Fraga y Blas Piñar. Tras los escándalos del PSOE, se fueron con Aznar, porque no había alternativa, y en el 2000 se echaron en manos de Zapatero, aterrorizados por el pacto de las Azores y sus consecuencias… Si según tu sueño, a alguien se le ocurriera darles una opción, que les permitiera, a un tiempo, participar democráticamente y mostrar el rechazo a las fórmulas habituales, se tirarían de cabeza a la urna, empezando por mí, si no te molesta oírlo.
Si queréis que esto cambie -continuó Carmela- cambiad vosotros de estrategia. Tal vez bastaría con que salierais a la calle y oyerais a la gente, para poder proponernos cosas que realmente nos interesen, y no sólo a vosotros y a vuestras luchas cuatrienales por el poder.
-/-
- Y hasta aquí llega el cuento –dije, mirándoles alternativamente al uno y al otro, en espera de su reacción-.
-Hombre, dijo Benavides, se trata de un cuento sencillito. 
-Veréis, era más largo. Emulaba una historia, no se si de Borges o de Cortázar, en el que se confunden sueño y realidad, pero lo he simplificado para vosotros. 
-Estaréis conmigo en que -proseguí-, si los partidos siguen viviendo de espaldas a la realidad –esta es mi impresión- preocupados de ellos y por ellos, sin ofrecer alternativas que puedan interesar a una parte importante de la población, si el votante tiene que hacer equilibrios en el alambre para dar su confianza a alguien, para no pasar olímpicamente de las elecciones, lo menos que puede ofrecérsele es la posibilidad de que su voto en blanco, que es un  ejercicio positivo de democracia, sirva de algo.
Serviría, supongo, de cura de humildad, de recordatorio de que una parte de la sociedad no tiene quien la represente, de acicate para intentar captar a esa parte...y además, nos ahorraríamos unas pesetillas...
- El chocolate del loro –dijo Malospelos. Además, ¿quien te garantiza que los partidos fueran a reaccionar positivamente? Los líderes iban a obtener sus escaños y, pasada la primera sorpresa, el juego seguiría tal cual...¡ a todo se acostumbra uno!
- Es muy posible que tengas razón, pero no dejo de pensar que surgirían nuevas ofertas, para cubrir los vacíos detectados y los grupos de siempre no podrían quedarse parados
A propósito, uniendo las dos historietas, está claro que, gracias a la “enmienda Tierno” y sus derivados, Soto se podría quedar en casa cuidando su lumbago, ya que su voto estaría delegado, de oficio, en el portavoz del partido. ¿Cómo es posible que una propuesta que cuente con una mayoría suficiente -en representación de los votantes-, esté pendiente de la salud coyuntural de los diputados? ¡Menudo disparate!
En cualquier órgano de gobierno colegiado, desde una comunidad de vecinos, hasta el consejo de administración de la empresa más importante, el voto de puede delegar. ¿Por qué no en nuestros parlamentos?
- Bueno, -siguió Benavides-, con tus dos primeras propuestas ya has puesto patas arriba el sistema. Supongo que tendrás algo previsto sobre nosotros, porque al paso que vas me parece que nos sustituyes por leones “blancos”
- Si os parece lo dejamos aquí, y ya hablaremos otro día sobre vosotros. En cualquier caso, prefiero veros de blanco antes que de rojiblanco, tal como os pusieron los parlamentarios vascos con ocasión de la final de copa del 2009. Hasta mañana.
- Temblando nos dejas, -se despidió Malospelos.